NO PODEMOS ESCONDER NUESTRA SORPRESA PERO CURBANDO EL ENTUSIASMO
Con la excitación que nos provocaron las dos estrenas de Netflix del viernes pasado, tuvimos que elegir entre guatemala y guatepeor. Y no salió tan mal. De Telemundo México a Netflix se ve que hay un paso.
"No te puedes esconder" es una producción de rellano pero que, dotados de nulas expectativas, nos sorprendió por el mismo efecto multiplicativo del que poco o nada espera y una brizna de dignidad halla.
Mónica (Blanca Soto), casada con el narcotraficante Sánchez se ve obligada a huir de México con su hija Natalia (Samantha Siqueiros). Ya afincadas en Madrid con sus nuevas identidades a pleno rendimiento, trataran de rehacer una vida olvidando el pasado en el cajón del sastre.
Mónica mantiene una relación con un fotógrafo llamado Molina (Iván Sánchez) que está obsesionado con la muerte y, honestamente, resulta bastante pesado el papelón que le han dado. No sólo es un romprebragas de pacotilla al que se huele a la legua que pierde aceite por el mismo sitio que todos nuestros congéneres masculinos: la bragueta; sino que cada vez que abre la boca es para enarbolar la belleza del óbito. Es un personaje sin vuelta de hoja que nos cansa desde el principio y cuyo as en la manga para conseguir sus bajos intereses es la adopción de una niña chechena (Patricia Guirado de la que sabremos más en breve por el buen recorrido que le auguramos y no precisamente por estar dotada para la interpretación) que quedó huérfana y a la cual retrató en pleno llanto.
Maribel Verdú encarna a una inspectora de homicidios, Laura Urrutia, un tía que va de dura, una mujer liberada hasta que aparece el Molina jugando a dos, que sepamos, bandas. Ahí vemos que la fachada de Laura es una impostura. Ciertamente ¿hasta qué punto es así en realidad? Asistimos a una era en la que la mujer independiente no necesita de macho y sin embargo, a la que aparece un cualquiera, pierde los papeles y toda esa fortaleza y dureza se devanecen dando paso a la clásica imagen de mujer incapaz de tenerse un respeto y echar a los canallas cuyo objetivo es únicamente el abordaje de sus bragas. ¿En qué piensan las mujeres cuando el "ábrete sésamo" funciona ante los 40 ladrones en vez del Alibabá? Habrá que preguntarle a Mel Gibson.
Urrutia deberá investigar el asesinato de la mujer (Bárbara Goenaga) del político Torres (Peter Vives que levantará pasiones), hallada muerta y atada en una cabaña tras haber estado dos meses desaparecida. Trapos sucios, abusos del poder, adulterio adul(rei)terado y todos los clásicos temas de los thrillers policiacos.
Daniel por su parte, un Eduardo Noriega en la misma línea interpretativa que ya comentamos en Hache, es un satélite que aparece de la nada cuyo cometido es el de aniquilar a Mónica.
Es correcta. No hay nada que nos moleste en demasía a no ser por la muñeca chochona y cabezahueca que tiene que haber en todos los thrillers y que le dicen "no hagas nada sin mí que es peligroso" y lo primero que hace es exactamente eso. Es un hecho que nos saca de quicio y es razón suficiente para evitar al máximo este género de estupideces. Había que echarle un vistazo para poder hacernos nuestra idea y transmitirla. Llegamos a más de media temporada sinceramente sin esbozar el más leve sentimiento de aburrimiento. Entretiene sin más y algunos elementos en su fondo la vuelven hasta cierto punto "interesante".
Nos enerva in crescendo la interpretación de Blanca Soto que viene lastrada por las formas del culebrón sudamericano además de por esa manía que tienen todas de rehacerse la cara adquiriendo la misma fisionomía que el estándar del gremio. Pero está claro que no estamos aquí para discutir sobre el tamaño o estructura de sen(d)os ojos, narices y pómulos a sabiendas que los ojos son el espejo del alma y el espejismo popular.
Nada, cuando no hay más que ver se presenta la ocasión de echarle un ojo a escondidas.
